- Espada de doble filo -

martes, 19 de enero de 2016 a las 11:29 p.m.

Haciendo resonar nuestros comentarios impulsivos. Es que olvidamos esas normas socialmente impuestas de pensar si es correcta o no, la situación en que lo hacemos, si lo decimos en la forma correcta, si el pretérito está correctamente acentuado.

Soltamos lo que quizás sean desahogos vitales para poder volver a normalizar nuestra respiración, para aquietar nuestra mente, para callar esas voces que nos aturden a gritos y que no se silencian aunque les supliques.

Y son las palabras más filosas que espadas de doble filo, pero qué importa, si ya escupiste la madre rabia sin siquiera tomarte un momento, ese instante tan insignificante, entre dejar una marca tan profunda que ninguna máquina del tiempo pueda borrar, y aquel que se convierte en un mal recuerdo secundario que se suma a una lista de minutos mal vividos y desperdiciados.

No hay adhesivos para almas deshechas en cuerpos débiles que sólo atinan a arrodillarse en algún rincón de la casa a llorar hasta que el pecho se ahogue, mientras esas voces no hacen más que apuñalarnos una y otra vez como ecos que con el correr de los minutos van a ir desapareciendo y perdiéndose en el ruido de la ciudad, que a través de la ventana al otro lado de la habitación, grita en su alocada normalidad eufórica.

Ya no importa, el dolor ya hizo lo suyo, alejándonos un poco más de nuestros sueños, un poco más de la felicidad, todo porque no supiste saber qué hacer con todo eso que callaste, con todo eso que mal viviste y desperdiciaste, fingiste y te engañaste, hasta que el cuerpo no aguantó más y tu inconsciente te traicionó hasta escupirlo.

El daño, ya no importa, ya está hecho. Ahora, depende de vos lo que hagas con eso.


«Mëgg¥»
G. R.

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