martes, 27 de octubre de 2009 a las 2:15 a.m.

Una noche húmeda de Buenos Aires, mitad de semana y ella decidida salió a la calle, no quería ya pasar más tiempo sola, necesitaba rodearse de gente al menos por unas horas.
A unas pocas cuadras, visualizó un bar, era la noche del jueves y la gente acostumbraba a adelantar la llegada del tan ansiado fin de semana laboral; ella no lo veía así, no al menos esa noche.
Los últimos meses de su vida habían transcurrido demasiado rápido, aún no sabe qué sucedió para que hoy se encuentre viviendo en un monoambiente de uno de los barrios más porteños de Buenos Aires, como lo es San Telmo.
Poco sabemos de ella, sólo que de repente se convirtió en una persona solitaria, un alma que vagaba por calles empedradas, un alma con pena que se abrió paso a ese lugar que consolaría sus horas siguientes.
Todavía la recuerdo, mirando de reojo aquel cartel que marcaba la intersección de las calles Chile y Defensa, y timidamente abriendo la puerta de aquel bar, donde nadie la miró a los ojos, pasó desapercibida esquivando a todos aquellos que parecían no verla.
Una luz tenue, producida por candelabros y espejos en las paredes, hicieron que alzara su vista y se dirigiera a un rincón que llamó su atención, una mesa y una silla vacía.
No supe jamás el por qué fue hasta allí sola, pero puedo decir, que en sus ojos vi el anhelo, la necesidad de ser vista. Quizás tan sólo en esa noche, necesitaba que alguien le devolviera la mirada, saber que para alguien existía; ni siquiera significar algo hacia el otro, sólo ser correspondida por una simple mirada.
No sé cuánto tiempo más la observé, quizás lo suficiente para ver si alcanzaba su cometido, pero en ningún momento tomé el valor suficiente para adentrarme al bar y ser yo quien se encontrara con el brillo de sus ojos. Una extraña sensación invadió mi cuerpo dejándolo inmóvil, quizás cobardía, quizás vergüenza, o tan solo miedo a sentirme desnudo frente a ella y que pudiera interpretar mis pensamientos.
Mi respiración contra aquel vidrio empañaba todo intento de verla. Sólo sé que cuando menos lo esperaba aquel rincón estaba vacío y con él la silla donde aquella extraña dama había estado hasta hacía unos instantes.





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