miércoles, 2 de septiembre de 2009 a las 12:59 a.m.



A veces nos invaden esos momentos de nostalgia, momentos importantes que llevamos hoy tatuados con cincel, lo suficientemente movilizantes como para sentir que los revivimos de sólo recordarlos, tan ciertos que hasta nos sonreimos o lloramos sin que otra cosa nos lo impida.
Hay recuerdos y recuerdos, que si intentara clasificarlos, la lista sería infinita. Pero no importa, porque más allá de su clasificación marcaron algún aprendizaje y éste último es parte de un crecimiento personal.
Hoy mas allá de toda anécdota, mientras recordaba, lágrimas recorrían mi rostro en busca de una caída precipitada hacia mi cuaderno donde estaba, hasta hacía unos instantes, tomando apuntes.
Y es que sentía como aquella dama de aquel relato, que necesitaba ser correspondida por una mirada, pero yo tan sólo me conformaba hasta con el más mínimo gesto de gratitud, un saludo, aunque eso paralelamente implicara ser vista como anhelaba aquel alma que caminaba por calles empedradas.
Y el milagro inesperado se sucedió, un saludo, un cómo estás y un te quiero aunque no nos veamos seguido, fueron palabras más que suficientes, palabras más que milagrosas para renacer de aquella nostalgia y recobrar fuerzas y llegaron de aquel amigo que hace meses no veo, pero cada tanto hablamos.
Quizás el abrazo llegue con el reencuentro y deje de sentirme la chica de ese bar por un momento.





«Mëgg¥»





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